El próximo Domingo día 30 de Noviembre comenzamos un nuevo tiempo litúrgico "fuerte" por su caracter penitencial y de espera llamado el Adviento. A continuación exponemos una reflexión de San Juan Pablo II sobre este tiempo.
En espera del Señor
1. Si bien el tiempo litúrgico de Adviento no
comienza hasta el domingo próximo, deseo empezar a hablaros hoy
de este ciclo.
Estamos ya habituados al término «adviento»;
sabemos qué significa; pero precisamente por el hecho de estar
tan familiarizados con él, quizá no llegamos a captar toda la
riqueza que encierra dicho concepto.
Adviento quiere decir «venida».
Por lo tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es
el que viene?, y ¿para quién viene?
En seguida encontramos la respuesta a esta pregunta.
Hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para
todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta
que se utilizaba como establo para el ganado.
Esto lo saben los niños, lo saben también los
adultos que participan de la alegría de los niños y parece que
se hacen niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo,
muchos son los interrogantes que se plantean. E1 hombre tiene
el derecho, e incluso el deber, de preguntar para saber. Hay asimismo
quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad,
aunque participen de su alegría.
Precisamente para esto disponemos del tiempo
de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial
del cristianismo cada año de nuevo.
Dios y el hombre
2. La verdad del cristianismo corresponde a
dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista.
Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente
este vínculo íntimo, hasta el punto de que una realidad parece
explicar la otra, es la nota característica del cristianismo.
La primera realidad se llama «Dios», y la segunda, «el hombre».
El cristianismo brota de una relación particular recíproca entre
Dios y el hombre. En los últimos tiempos —en especial durante
el concilio Vaticano II— se discutía mucho sobre si dicha relación
es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por
separado los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una
respuesta satisfactoria a esta pregunta. En efecto, el cristianismo
es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico;
y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo
singular.
Pero es cabalmente el misterio de la Encarnación
el que explica por sí mismo esta relación.
Y justamente por esto el cristianismo no es
sólo una «religión de adviento», sino el Adviento mismo. El cristianismo
vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y
de esta realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente
la vida misma del cristianismo. Se trata de una realidad profunda
y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y
a la sensibilidad de todos los hombres y sobre todo de quien sabe
hacerse niño con ocasión de la noche de Navidad. No en vano dijo
Jesús una vez: «Si no os volviereis y os hiciereis como niños,
no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3).
El ateísmo
3. Para comprender hasta el fondo esta doble
realidad de la que cada día late y palpita el cristianismo, hay
que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o,
mejor, hasta los comienzos casi del pensamiento humano.
En los comienzos del pensar humano
pueden darse concepciones diferentes; el pensar de cada individuo
tiene la propia historia en su vida, ya desde la infancia. Sin
embargo, hablando del «comienzo» no nos proponemos tratar propiamente
de la historia del pensamiento. En cambio, queremos dejar constancia
de que en las bases mismas del pensar, es decir, en sus fuentes,
se encuentran el concepto de «Dios» y el concepto de «hombre».
A veces están recubiertos por un estrato de otros muchos conceptos
distintos (sobre todo en la actual civilización, de «cosificación
materialista» e incluso «tecnocrática»); pero ello no significa
que aquellos conceptos no existan o no estén en la base de nuestro
pensar. Incluso el sistema ateo más elaborado sólo tiene un sentido
en el caso de que se presuponga que conoce el significado de la
idea de «Theos», es decir, Dios. A este propósito, la constitución
pastoral del Vaticano II nos enseña justamente que muchas formas
de ateísmo se derivan de que falta una relación adecuada con este
concepto de Dios. Por ello, dichas formas son, o al menos pueden
serlo, negaciones de algo o, más bien, de Algún otro que no corresponde
al Dios verdadero.
En los comienzos de la Revelación
4. El Adviento —en cuanto tiempo
litúrgico del año eclesial— nos remonta a los comienzos de la
Revelación. Y precisamente en los comienzos nos encontramos en
seguida con la vinculación fundamental de estas dos realidades:
Dios y el hombre.
Tomando el primer libro de la Sagrada Escritura,
esto es el Génesis, se comienza leyendo estas palabras: Beresit bara: «Al principio creó... » .
Sigue luego el nombre de Dios, que en este texto bíblico suena
«Elohim». A1 principio creó, y el que creó es Dios. Estas tres
palabras constituyen como el umbral de la Revelación. A1 principio
del libro del Génesis se define a Dios no sólo con el nombre de
«Elohim»; otros pasajes de este libro utilizan también el nombre
de «Yavé». Habla de Él aún más claramente el verbo «creó». En
efecto, este verbo revela a Dios, quién es Dios. Expresa su sustancia,
no tanto en sí misma cuanto en relación con el mundo, o sea con
el conjunto de las criaturas sujetas a las leyes del tiempo y
del espacio. El complemento circunstancial «al principio» señala
a Dios como Aquel que es antes de este principio, Aquel que no
está limitado ni por el tiempo ni por el espacio, y que «crea»,
es decir, que «da comienzo» a todo lo que no es.
Dios, lo que constituye el mundo visible e invisible
(según el Génesis: el cielo y la tierra). En este contexto, el
verbo «creó» dice acerca de Dios, en primer lugar, que Él mismo
existe, que es, que É1 es la plenitud del ser, que tal plenitud
se manifiesta como Omnipotencia, y que esta Omnipotencia es a
un tiempo Sabiduría y Amor. Esto es lo que nos dice de Dios la
primera frase de la Sagrada Escritura. De este modo se forma en
nuestro entendimiento el concepto de «Dios», si nos queremos referir
a los comienzos de la Revelación.
Sería significativo examinar la relación en
que está el concepto de «Dios», tal como lo encontramos en los
comienzos de la Revelación, con el que encontramos en la base
del pensar humano (incluso en el caso de la negación de Dios,
es decir, del ateísmo). Pero hoy no nos proponemos desarrollar
este tema.
Las bases del cristianismo
5. En cambio, sí queremos hacer constar que
en los comienzos de la Revelación —en el mismo libro del Génesis—,
y ya en el primer capítulo, encontramos la verdad fundamental
acerca del hombre, que Dios (Elohim) crea a su «imagen y semejanza».
Leemos en él: «Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra
imagen y a nuestra semejanza» (Gén 1, 26), y a continuación:
«Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó,
y los creó macho y hembra» (Gén 1, 27).
Sobre el problema del hombre volveremos
el miércoles próximo. Pero hoy debemos señalar esta relación particular
entre Dios y su imagen, es decir, el hombre.
Esta relación nos ilumina las bases
mismas del cristianismo.
Nos permite además dar una respuesta
fundamental a dos preguntas: primera, ¿qué significa «el Adviento»?;
y segunda, ¿por qué precisamente «el Adviento» forma parte de
la sustancia misma del cristianismo?
Estas preguntas las dejo a vuestra
reflexión. Volveremos sobre ellas en nuestras meditaciones futuras
y más de una vez. La realidad del Adviento está llena de la más
profunda verdad sobre Dios y sobre el hombre.
Catequesis del Papa Juan Pablo II
29 de noviembre
de 1978