La celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha meditado sobre todo el
misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios. Y a partir del próximo Domingo 30 de Noviembre comenzamos un nuevo año litúrgico con el tiempo fuerte del Adviento.
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de
diciembre de 1925. El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en
público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.
Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa
para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la
mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a
Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: "Mi
Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente
habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino
no es de aquí" (Jn 18, 36). Jesús no es el Rey de un mundo de miedo,
mentira y pecado, Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos
conduce.
Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico,
en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre
todas las cosas creadas. Así, se dice que:
-
reina en las inteligencias de los hombres porque
El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente
la verdad;
-
reina en las voluntades de los hombres, no sólo
porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida
a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e
inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos;
-
reina en los corazones de los hombres porque,
con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar
por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha
sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.
Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido
propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la
potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el
reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica
a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es
propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el
mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos
pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue
seguida por la Iglesia –reino de Cristo sobre la tierra- con el propósito
celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la liturgia, a su autor y fundador
como a soberano Señor y Rey de los reyes.
En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican
el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob;
el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión
y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de
la tierra.
Además, se predice que su reino no tendrá
límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de
la paz: "Florecerá en sus días la justicia y la abundancia
de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema
del orbe de la tierra".
Por último, aquellas palabras de Zacarías
donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino",
había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre
las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas
los santos evangelistas?
En el Nuevo Testamento, esta misma doctrina
sobre Cristo Rey se halla presente desde el momento de la Anunciación
del arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual ella fue advertida que
daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono
de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su
reino tuviera jamás fin.
El mismo Cristo, luego, dará testimonio
de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del
premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos;
ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba
si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar
a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes,
siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título
de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró
que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Pero, además, ¿qué cosa habrá
para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera
sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también
por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá
que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuánto le hemos
costado a nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado
y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto
que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos
son miembros de Jesucristo.
¡Oh Jesús! Te reconozco por Rey Universal
Todo cuanto ha sido hecho Tú lo has creado
Ejerce sobre mí todos tus derechos
Renuevo las promesas de mi bautismo,
renunciado a Satanás, a sus seducciones y a sus obras;
y prometo vivir como buen cristiano
Muy especialmente me comprometo a procurar, según mis medios,
el triunfo de los derechos de Dios y de tu Iglesia
Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras
para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza
y para que así se establezca en todo el mundo el Reino de tu Paz.
Todo cuanto ha sido hecho Tú lo has creado
Ejerce sobre mí todos tus derechos
Renuevo las promesas de mi bautismo,
renunciado a Satanás, a sus seducciones y a sus obras;
y prometo vivir como buen cristiano
Muy especialmente me comprometo a procurar, según mis medios,
el triunfo de los derechos de Dios y de tu Iglesia
Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras
para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza
y para que así se establezca en todo el mundo el Reino de tu Paz.
Información: Portal Católico, foto google.es
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