Ayer miércoles comenzábamos el tiempo de Cuaresma con el gesto penitencial de la imposición de la ceniza, con el que se nos invitaba a realizar un recorrido de intensidad espiritual para prepararnos a celebrar con fe los misterios anuales de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Este es, por tanto, un tiempo para realizar un camino de purificación interior, de penitencia y de conversión, que nos ayude a revitalizar nuestra fe, muchas veces adormecida.
Aunque también es cierto que vivimos en un mundo en el que no es fácil profesar la fe en el Dios único y verdadero; y no sólo nos resulta difícil creer, sino también vivir de acuerdo con nuestra fe. Y la sociedad en la que vivimos, no es que nos lo ponga muy fácil que digamos, sino más bien todo lo contrario.
Es verdad que no se nos presenta el diablo, como a Jesús, para tentarnos, y que tampoco se nos aparece Dios para decirnos lo que tenemos que hacer en cada momento. Es en nuestra vida de cada día, en nuestras relaciones con los demás, en la vida de sociedad, etc. donde podemos descubrir tanto la llamada de Dios y donde también aparece la llamada del mal para que lo secundemos. Tanto es así que en muchas ocasiones sucumbimos, y puede más en nosotros la fuerza del mal y nuestra debilidad que la gracia de Dios y nuestro deseo de ser y comportarnos como buenos cristianos.
Fuente.- Al sonar de una campanilla
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