
Jn 1,6-8.19-28: Juan Bautista, testigo de la luz.
"Moradas"
I 2,10-11: Pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí
deprenderemos la verdadera humildad (...) metidos siempre en la miseria
de nuestra tierra, nunca la corriente saldrá de cieno de temores, de
pusilanimidad y cobardía: de mirar si me miran, no me miran; si, yendo
por este camino, me sucederá mal; si osaré comenzar aquella obra, si
será soberbia; si es bien que una persona tan miserable trate de cosa
tan alta como la oración; si me tendrán por mejor si no voy por el
camino de todos; que no son buenos los extremos, aunque sea en virtud;
que, como soy tan pecadora, será caer de más alto; quizá no iré adelante
y haré daño a los buenos; que una como yo no ha menester
particularidades... ¡Oh válgame Dios, hijas, qué de almas debe el
demonio de haber hecho perder mucho por aquí! Que todo esto les parece
humildad, y otras muchas cosas que pudiera decir, y viene de no acabar
de entendernos; tuerce el propio conocimiento y, si nunca salimos de
nosotros mismos, no me espanto, que esto y más se puede temer. Por eso
digo, hijas, que pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí
deprenderemos la verdadera humildad, y en sus santos, y ennoblecerse ha
el entendimiento -como he dicho- y no hará el propio conocimiento ratero
y cobarde; que, aunque ésta es la primera morada, es muy rica y de tan
gran precio, que si se descabulle de las sabandijas de ella, no se
quedará sin pasar adelante. Terribles son los ardides y mañas del
demonio para que las almas no se conozcan ni entiendan sus caminos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario